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Este no sería un día cualquiera


                 Me desperté otra vez en Seattle, el 1 de Julio de 2105; me esperaba un día ocu-
              pado, así que decidí empezar temprano. A las 6:00 me avisó mi Arduino 3000, baje
              mi elevador y agarré una bolsa de nutrientes para ir al trabajo. El cielo estaba muy
              ocupado ese día. Había demasiados deslizadores y los drones de envíos estaban
              más molestos de lo usual. Llegué tarde al trabajo, pero por suerte me pude ir a tiem-
              po ya que ese era un día especial. No uno cualquiera, era el que le iba a proponer
              matrimonio a Emily, mi novia de hace casi 7 años. Ese iba a ser el día en el que le
              pediría la mano, en la casa de sus padres. Estaba todo planeado, pero nadie sabía
              con lo que me iba a encontrar esa tarde.

                 Estaba regresando a mi casa ya, a tiempo para llegar, cambiarme el uniforme y vo-
              lar directo a la casa de mis futuros suegros. Pero en el camino, algo pasó. Se me apa-
              gó el auto, lo que era extraño, teniendo en cuenta que a mi deslizador de última gene-
              ración nunca le pasaba eso. Entonces vi que alrededor mío también estaban todos
              parados. Estaba ocurriendo algo muy inusual. Me di cuenta de que no éramos solo
              nosotros, sino toda la ciudad, era un apagón.

                 El último apagón había sido en 2022, pero en aquel entonces no se dependía tanto
              de la electricidad. Hoy en día todo funciona diferente, tener un apagón es muy peligro-
              so, más para los robots o autómatas, como quieran llamarlos, que no funcionan sin
              una fuente de energía. ¡Pero mejor que no funcionen! No sirven de mucho igual, solo
              fueron inventados para sacarle trabajos a los humanos, no los veo muy útiles.

                 Pero ese no era el punto; el auto no avanzaba, no iba a llegar a tiempo a la cena,
              ya era tarde, estaba atascado. La ciudad no volvió a arrancar por un par de horas. Le
              escribí a Emily para avisarle que iba a llegar tarde, pero extrañamente no me respon-
              dió. Raro en ella, siempre está concentrada a los textos aéreos... Decidí ignorarlo, se-
              guramente estaba ocupada. Esperé y esperé, las horas se hicieron eternas, a la me-
              dia hora mi celular dejó de funcionar, pero antes pude consultarle a mi celular que era
              lo que estaba pasando. Me explicó que había ocurrido un problema en la torre gene-
              ral, eso significaba una baja eléctrica a nivel regional. Emily seguía sin contestar. Tres
              horas más tarde se prendió todo de vuelta, ¡por fin! De todos modos, Emily seguía sin
              dar señales.

                 Empecé mi camino a su casa lo más rápido que pude, este era mi momento, era
              ahora. Aterricé en su casa y toqué la puerta. Nadie contestó. Decidí llamarla, tampoco
              contestó. Llamé a la ventana, a sus padres, a su hermano, no había señal de ellos,
              hasta que me acordé que tengo la clave de su casa en mi deslizador. Tomé la clave y
              entré a la casa. Estaba todo muy callado... Raro, ya que ellos me deberían haber es-
              tado esperando para cenar. Llegué al comedor y no pude creer lo que veía: estaban
              todos desmayados en la mesa. Entre en pánico, ¿cómo podía ser?, agarré a Emily,
              trate  de  hacerle  respiración  boca  a  boca,  luego  busqué  a  sus  padres.  Ninguno  de
              ellos tenía pulso. Pero no podía ser cierto... ¿cómo podían haber muerto todos al mis-
              mo tiempo, tan repentinamente? Ahí fue que entendí…




                          Por Mercedes Persichini, Malena Langenheim, Valentina Lemos, Lara Felice
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