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Ahora sabemos que esta segunda etapa dura entre 8 y 15 días, en
los que la oruga va perdiendo su cuerpo original para ir
adquiriendo, paulatinamente, su nueva forma. Las alas son lo
último en aparecer: se forman el día anterior al nacimiento de la
mariposa. Observando detenidamente los cambios en el día a
día notamos algo más, mágico como cada detalle de este
proceso: no solamente la oruga cambia, sino que la crisálida –la
cubierta que la larva crea para “arroparse” durante su proceso de
conversión– también va mutando en forma y color. Una
transformación dentro de otra transformación: si bien en el inicio
de esta fase es verde y opaca, los últimos días la crisálida se
vuelve transparente. Lo que permite (¡nos permitió!) apreciar
perfectamente la mariposa en su interior.
Finalmente, el momento esperado llegó. En un instante mágico
para todos, fuimos testigos de la transformación maravillosa, una
de las tantas que la naturaleza es capaz de crear. La mariposa
salió de su pupa, dispuesta a conocernos. Nos la pasamos de
mano en mano. Después, la dejamos volar.
Última lección: una vez que las mariposas nacen, sus alas son
débiles y su cuerpo está lleno de líquido, por lo que comienzan a
batirse hasta fortalecerlas. En parejas dibujamos y escribimos
cada una de las fases. Y entonces sí: recurrimos al papel, para
dejar constancia de todo lo vivido y aprendido.