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Las  dejo  como  estalactitas  en  mi  poema,  como  pedacitos  de

               madera  bruñida,  como  carbón,  como  restos  de  naufragio,


               regalos de la ola.



               Todo está en la palabra. Una idea entera se cambia porque una

               palabra  se  trasladó  de  sitio,  o  porque  otra  se  colocó  dentro  de

               una frase que no la esperaba…



               Tienen sombra, transparencia, peso, plumas. Tienen todo lo que

               se  les  fue  agregando  de  tanto  rodar  por  el  río,  de  tanto


               trasmigrar  de  patria,  de  tanto  ser  raíces…  Son  antiquísimas  y

               recientísimas.  Viven  en  el  féretro  escondido  y  en  la  flor  apenas

               comenzada…



               Qué  buen  idioma  el  mío,  qué  buena  lengua  heredamos  de  los

               conquistadores  torvos.  Estos  andaban  a  zancadas  por  las


               tremendas  cordilleras,  por  las  Américas  encrespadas,  buscando

               patatas, tabaco negro, oro, maíz con un apetito voraz.

               Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías…

               Pero a los conquistadores se les caían de las botas, de las barbas,


               de  los  yelmos,  como  piedrecitas,  las  palabras  luminosas  que  se

               quedaron aquí, resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo…

               salimos  ganando.  Se  llevaron  el  oro  y  nos  dejaron  el  oro.  Se


               llevaron mucho y nos dejaron mucho…

               Nos dejaron las palabras.
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