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La soledad, el silencio de la pandemia, me llevó a hurgar en el
ático. Descubrí una caja abandonada por muchos años. Intenté
abrirla. Con duda, temor. Quizás con culpa. Cartas rodeadas por
una cinta, con estampillas reales. Como quien roba un secreto,
abrí la cinta y me puse a leer en tinieblas. No pude detener mi
lectura.
¿Cuál es el interés de uno en leer cartas ajenas, que no fueron
escritas para que salieran a luz?
Beatriz Sarlo, en el epílogo de la traducción del epistolario entre
Adorno y Benjamín, se pregunta: ¿Por qué leemos cartas que no
nos fueron dirigidas? ¿Qué ofrecen de más o de menos,
comparadas con otros documentos escritos para la difusión
pública desde el primer trazo de la pluma? Se responde: el
espacio es lo que convierte a un texto en carta y el tiempo es lo
que convierte un documento en historia.
Las cartas de este relato tienen un espacio definido: Buenos Aires
y Londres. Hablan de dos seres muy diferentes, separados por un
océano. Sale a luz un mundo escondido. Recorremos jardines,
descubrimos misterios.
Desde que fueron escritas
transcurrieron muchos años. El
tiempo las habría convertido en
documentos. Pero, ¿son historia o
simples testigos de seres comunes,
sus solitudes, carencias, amores y
estilos de vida de los 70?
Si yo no la contaba se perdía para
siempre.
Isabelina