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Salió por la puerta y persiguió al humo. Recorría pasillos, doblaba en las esquinas,

     atravesaba puertas… El castillo parecía interminable. El humo se paró frente a una

     enorme puerta, con pedacitos de turmalina negra incrustados. La mujer se paró al


     lado del humo y la melodía sonaba fuertísimo. La puerta se abrió sola. Ella siguió al

     humo negro. La sala era enorme, toda negra. No había nada, salvo un trono negro


     en el medio de la habitación. Y en él, sentada, había una persona envuelta en una

     manta. Lo único que se veía -además de la manta- era una corona. La persona


     tenía una flauta en las manos y del pie de la flauta salía un humo negro, y la

     melodía que había estado persiguiendo la mujer.


     La persona paró de tocar y la miró.

     -¿Quién eres?- preguntó la mujer.


     La persona no respondió. Sacó la flauta y tocó una melodía distinta. Esta era

     mucho más triste, más oscura. De la flauta volvió a salir ese humo negro. El humo


     agarró de los brazos a la mujer y la arrastró con él. La mujer se asustó y quiso

     liberarse, pero el humo la sostenía fuerte, por lo cual era imposible escapar.


     Atravesaron todo el salón, hasta llegar al trono. La persona giró la cabeza en

     dirección a la mujer y miró sus ojos grises. Entonces, el humo envolvió a la mujer,


     convirtiéndola también en un humo negro. La mujer gritó. Se convirtió en un

     humo negro, se acercó al otro humo y se unió a él. La mujer vivió el resto de sus


     días como una parte de la melodía negra.





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